Bellas mañanas en Santiago de Chile, en las que puedes imaginar el cielo como un enorme colchón de nubes blandas donde, con toda calma, pegarte una gran una cachita cósmica y echar a parir planetas, con la comodidad suficiente para bajar desde ahí el brazo y escarbar en la Cordillera de los Andes para sacar los mejores hielos y prepararte una refrescante piscola hasta que el carro del metro se mete nuevamente en el túnel y regresas sin darte cuenta al sueño inquieto de las hormigas parlantes.