01 febrero, 2016

Nada que decir




Lo que pasa es que ya no tengo nada que decir
He gastado mis energías y mi tiempo en aprender a ignorar
Me hice sabio en eso
Soy un maestro.


Sobre el escenario del oscuro teatro abandonado un muchacho imberbe se pasea nervioso y mastica un inaudible e interminable monologo.  En la mano derecha lleva un palo de escoba con el cual intenta, a intervalos irregulares, despertar en vano a un viejo sucio que yace dormido en un diván

Desde el palco asoma una rubia voluptuosa; ríe jubilosa y aplaude a rabiar, un par de futbolistas en short y camiseta ingresan dominando un balón; cuentan hasta cien sin que la pelota toque el suelo, un hombre bien vestido y malhumorado se arrellana en ultimo asiento y se pone a leer un libro sin mirar a nadie, una pareja de adolescentes entran peleando a gritos; al poco rato se revuelcan jadeantes bajo las butacas, un estudiante se mete directo al baño y enciende así un cuente; alternadamente tose y ríe, un anciano pulcramente vestido de domingo toma asiento y observa atento la obra. Sobre el escenario el viejo despierta, abre un ojo y se lo lanza a las ratas, el muchacho por su parte se deshace en excusas; llora y se golpea en todo el cuerpo con el palo de escoba.

Yo ya no tengo nada que decir.

Dentro del teatro hay un simulacro de incendio. Es tal su realismo que las victimas se cuentan por montones.


La obra avanza y sería mi turno de subir al escenario y decir mis lineas. Desde acá afuera presiento el tenso silencio que acompaña mi ausencia.  En un arrebato de pasión me libero de mi estupor, ingreso por la puerta de servicio y subo raudo al escenario. Aun jadeante miro hacia el auditorio y recuerdo que no tengo nada que decir. El publico aplaude furibundo.











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